Vivo condenado al equilibrio inestable y la conciencia implacable, una de dos, inocente o culpable. Soy prisionero de mis propios alardes de la herida incurable que es la ocasion que aun esta por llegarme. Nunca fui tan fiero que los perros me ladren y aunque escribo de amarre, tengo algo mas, algo muy importante. Es mi tesoro, es la prueba palpable cuando llamo y me abres, cuando te vas y yo puedo quedarme. Soy más sincero que un reguero de sangre, que el sabor a vinagre, por lo demás, ni pequeño ni grande. Y lo que espero, desde aquí en adelante, es que el cuerpo me aguante que no haya mas que la cera que arde.
Rosendo – A veces cuesta llegar al estribillo
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