Érase una vez en Maracaibo, la sombra de una duda, la estación marina, la que si me diera la mano en Granada no significaría nada pero si lo hiciera en Provenza es probable que me convenza. Y así sigo yo, en el siglo XIX, en el siglo XIX, esperando a que se quede. Me sorprendería hacerlo bien. Ella me da la certeza subiendo las escaleras con su graciosa manera de andar, mientras pueda la quiero tener siempre cerca, que su mirada despierta cauce de luz que ha nacido, se gire para mirarme y me diga contenta que siente lo mismo que yo. Érase una vez en Maracaibo, la llave de mi sosiego, la que me anuncia juegos nuevos, le daría habaneras y sardanas. Y su corazón bailaría entre virutas de fuego. Pero sigo aquí en el siglo XIX, sigo en el siglo XIX, esperando a que se quede. Me sorprendería hacerlo bien. Ella me da la certeza subiendo las escaleras con su graciosa manera de andar, mientras pueda la quiero tener siempre cerca que su mirada despierta, cauce de luz que ha nacido se gire para mirarme y me diga contenta que siente lo mismo que yo.
La Estrella de David - Maracaibo
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